Archivo mensual: abril 2009

sabor salao

esto parece el blog de Lindoro

…y ése es el título con el que pensaba yo disculparme de tanta ausencia, por aquello de que mal de muchos consuelo de tontos… hasta que echo un vistazo al blog de la criatura… y resulta que ahora actualiza como un loco!! Hay que fastidiarse, seguro que lo hace por dejarme quedar mal. 😛

Bueno, pues eso, que este blog últimamente es un desastre, pero es simplemente porque la autora anda este mes con un lío tal de trabajo que está a punto de perder el poco sentidiño que le quedaba.

Vamos, que me voy a dar a la buena vida directamente y sin remordimientos, que esto de trabajar tanto no sé yo si cunde aunque entretener, entretiene una barbaridad. Y, para la operación bikini, mejor que la fruta a media tarde, eh? He bajado más en quince días de estrés que en dos meses de dieta.

De momento, no puedo dejarlo, pero ya queda poco, el último sprint. El martes comienzo un viaje que me llevará a uno de los países más fascinantes del mundo, la India. Un par de semanitas por Delhi, Gujarat y Goa. Calorcito, mucho calorcito. 🙂

Así que, en medio del lío, necesitaba pasar por aquí un segundo. Para daros las gracias por vuestros comentarios, por tanta entrada infructuosa, por preocuparos por mí.

Para contaros que os he leído un rato apresurado aunque no me haya dado tiempo a comentar. Espero ponerme al día a la vuelta. No me esperéis hasta primeros de mayo, pero sabed que os llevaré a todos en la maleta que no pesa, donde se lleva a los que se quiere de verdad. Incluida a cierta personita con apariencia de lenteja.

Un beso grande

mortadelo

dilemas gatunos

Ayer los chiscos estaban más raros que un perro verde que, en este caso, ya es decir. Se pasaron todo el día cuchicheando por las esquinas, ora distantes, ora mimosos. Me los encontré incluso de charleta con el pequeño Nazbatag, al que sólo acuden cuando el asunto es grave. Las hormonas, pensé.

Pero no. Al final de la tarde cantaron como jilgueros: el motivo de su desazón no era otro que un reportaje publicado en El País Viajero. Habían leído que en Taiwan y en Japón existen gato-cafés en los que los humanos pagan por estar con sus congéneres.

Son locales en los que los clientes apoquinan unos 10 dólares por hora, consumiciones aparte. Han de lavarse las manos con un jabón antiséptico y durante ese tiempo tienen derecho a acariciarlos, jugar con ellos, disfrutar de su compañía.

Al principio, desconcertados, no sabían si creérselo. Luego decidieron que les parecía bien. Y, más tarde, que era un caso claro de explotación gatuna. Cuando me lo contaron, los chiscos eran todavía un mar de dudas.

No os creáis, les dije. Esos gatos viven como dioses del antiguo Egipto, admirados, mimados, deseados. Puede que no tan bien como vosotros, pero mucho mejor que la mayoría de los que existen en el mundo.

No quise entrar en detalles, ni contarles que en China se comen a los pobres mininos a los que maltratan hasta morir, o que en este país, hasta hace no muchos años, tampoco tenían una vida precisamente fácil.

La reflexión pareció convencerles. A ellos les encanta que los acaricies y, cuando tardas en hacerlo, se ponen panza arriba en el suelo para llamar tu atención.

El resto del día les di ración extra de mimos, como queriendo compensar a todos los gatos que sufren en este mundo de humanos locos. Pero, mientras lo hacía, no pude evitar sentirme rara, como el que se va sin pagar un delicioso café.

a la moda

Me llegaba ayer un mensaje -que mi correo de gmail confinó sabiamente a la carpeta de spam-, con el siguiente asunto:

¿Quieres vestir como Kate Moss?

Sorprendente. ¿Cómo se puede preguntar eso y pensar que alguien va a abrir el correo con semejante planteamiento?

Me importa un pito cómo viste Kate Moss. Y, aunque no fuese así, ¿qué interés iba a tener yo -o nadie- en vestir como ella -o como ninguna otra-?

Eso, dejando aparte que vestir como una top model internacional, que creo que es a lo que se dedica la criatura, debe ser poco menos que insostenible para el bolsillo de cualquier mortal.

Yo no sé definir cómo visto. A veces me miro al espejo y descubro una imagen demasiado seria para la payasa que llevo dentro y demasiado conservadora para lo transgresora que me considero. Otras me encanta lo que veo.

Me gusta cambiar. Unas veces ir de niña buena y otras de femme fatal. Estas últimas menos de lo que yo quisiera, pero en cuanto la dichosa dieta me haga efecto que se preparen las calles, que voy a salir a romper.

De todas formas, mi relación con la moda es francamente mejorable. Odio probarme ropa en las tiendas, sobre todo vaqueros, me entran unos agobios terribles. Salvo que me acompañe Blueyes, que es un asesor magnífico al que siempre hago caso.

Unos días me gustan los colorines, cuanto más mejor. Otros, el negro riguroso. Si algo me gusta me lo calzo sin complejos, sea o no rarito, y se descojonen o no mis amigos. Tengo comprobadísimo que cuando te sientes bien con algo te vas comiendo el mundo, por muy pintas que vayas. Y viceversa.

A veces me apetece ponerme cualquier cosa, y otras ir divina de la muerte, supongo que como a todo el mundo. La ropa, como el peinado, es una cosa fácilmente intercambiable, con la ventaja de que no tiene postoperatorio y ninguna decisión es irreversible.

En fin. Que NO quiero vestir como Kate Moss. Por supuesto, el correo ni se me ocurrió abrirlo, del spam pasó directamente a la papelera. Cada vez me desprendo más rápido de las cosas que no me interesan. Me encanta.

agatha1